miércoles, 23 de abril de 2014



Las Virtudes Cardinales

Son 4 y apoyan a todas las demás virtudes, se tienen que ejercitar para desarrollarlas:

Prudencia,

Justicia,

Fortaleza y

Templanza,

que perfeccionan y elevan las adquiridas y sostienen la vida moral del hombre. 




 
Primera  Virtud Cardinal

1ª La Prudencia

 

La prudencia es una virtud, es la primera de las virtudes cardinales. Virtud en términos generales es la elevación del ser en la persona humana, o bien como decía Kant, es la fortaleza moral de obrar de acuerdo con los principios del deber o de acuerdo a Santo Tomás, es lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea la total realización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural. A partir de Aristóteles, se destaca el poder de la voluntad, que pasó a ser junto con la inteligencia, los elementos constituyentes de la virtud.

La virtud no es la simple “honradez” o forma “correcta” de un hacer o omitir, completamente aislado; significa más bien la verdadera esencia del hombre en los dos planos el material-humano y el místico-divino, o mejor el natural o el sobrenatural.

La prudencia no es tan sólo el simple afán de propia conservación, o el cuidado de sí mismo, que no deja de ser un poco egoísta, medida, guía y razón de las virtudes morales en todas ellas influye, sin excepción, suministrando a cada una, el complemento que le permite el logro de su propia esencia, de allí que sea posible deducir que la prudencia es en efecto, la medida del saber, querer, osar y callar. Los distintos modos de imperfección de ese saber, querer, osar y callar, constituyen por otra parte, los distintos tipos de imprudencia. Por ejemplo quien se lanza resueltamente a una acción, sin pararse a deliberar como es debido y sin formular un juicio fundado, es imprudente según el modo de la impremeditación, un segundo modo de imprudencia es la inconstancia, porque ella puede malograr y cortar el paso al proceso de transformación del conocimiento, haciendo que la deliberación y el juicio caigan en el plano de lo infructuoso, en lugar de seguir su curso hasta alcanzar el momento definitivo, el momento de la verdad. Y finalmente otro modo de imprudencia, como por ejemplo la astucia, que es una especie de sentido simulador e interesado, al que no atrae más valor que el táctico de las cosas y que es distintivo del hombre intrigante, incapaz de actuar rectamente. La simulación, los escondrijos, el ardid y la deslealtad representan el recurso de los espíritus mezquinos.

La prudencia es la virtud que permite cambiar el conocimiento de la realidad en práctica del bien, implica la humildad de percibir en silencio, con sencillez; significa una relación entre el rigor, la deliberación y el arrojo. La prudencia enseña el camino hacia la propia perfección y evolución espiritual.

El prudente puede ser justo, fuerte y templado.


Segunda Virtud Cardinal

  La Justicia

 

La palabra Justicia, se ha usado y se usa para designar el criterio ideal, o por lo menos el principal criterio ideal del Derecho, es decir la idea básica sobre la cual debe inspirarse el derecho; pero también, justicia ha sido empleada para denotar la virtud universal comprensiva de las demás virtudes, como decía Theognis, “el sabio antiguo, en la justicia se comprendían todas las virtudes”. De modo que primero diré todo lo que algunos sabios dicen de la justicia y luego tendremos una conclusión. Empecemos con Platón, para éste la justicia es la virtud fundamental de la cual se derivan todas las demás virtudes, pues constituye el principio armónico ordenador de éstas, el principio  que determina el campo propio de acción de cada una de las demás virtudes: de la prudencia o sabiduría para el intelecto, de la fortaleza o valor para la voluntad y de la templanza para los apetitos y tendencia.

Para Aristóteles “la justicia es expresión de la virtud total o perfecta”, de la cual dice que “consiste en una medida de proporcionalidad de los actos, la cual representa el medio equidistante entre el exceso y el defecto”.

En la Biblia. “Justicia” significa, la suma de todo bien, se llama justa a la persona buena, piadosa, humanitaria, caritativa, agradecida y temerosa de Dios.

San Ambrosio llama la Justicia “fecunda generadora de las otras virtudes”.

San Agustín la hace consistir en el amor del sumo bien y de Dios y la presenta también como la suma de toda virtud, que establece para cada cosa su propio grado de dignidad y que consiguientemente subordina el alma a Dios y el cuerpo al alma y que además señala un orden en los asuntos humanos.

Según Santo Tomás, la Justicia es el modo de conducta (habitus), según el cual un hombre, movido por una voluntad constante e inalterable, da cada cual su derecho.

Alfonso X el Sabio define la Justicia como “arraigada virtud que da y comparte a cada uno igualmente su derecho”.

Brunetto Lattini, pensador italiano del siglo XIII, dice que la Justicia es una virtud enteramente racional, encaminada a establecer un orden de equilibrio y de igualdad.

Hume dice que la Justicia consiste en que cada acto singular es realizado con la expectativa de que los otros realizarán lo mismo.

Podría seguir enumerando autores con tantas definiciones, pero lo importante es que podríamos ya tener una idea conceptual de la que es Justicia, de modo que de lo anteriormente dicho podríamos sacar alguna conclusión y tomarla como punto de partida, aún cuando al final sea distinto nuestro modo de pensar. El Acto de Justicia consiste en dar a cada uno lo suyo. Esto supone un precedente, por medio del cual, algo e constituye en propiedad de alguien, es decir se ratifica un derecho a reclamar de otro como algo que se le adeuda y que no corresponde a nadie más que a él.  La razón de que un hombre le deba a otro se encuentra unas veces en la celebración de pactos, contratos, promesas, disposiciones legales y otras veces hay que buscarla en la naturaleza misma de la cosa, sin embargo el acto de Justicia no sólo se fundamenta en un acto mediante el cual algo pasa a ser debido, sino que supone además el acto de la prudencia, que consiste en plasmar en conducta la verdad de lo real.


Tercera Virtud Cardinal

  La Fortaleza

 

Cuando empezamos, fue la prudencia, hablamos que la objetiva mirada que lanza al ser de las cosas a través de la prudencia, te garantiza la conformidad con lo real donde encuentra el hombre y conoce las leyes eternas que Dios ha dictado al universo, lo que es más importante, las reconoce como obligatorias y las vuelve a implantar. Buena es lo que es prudente, por cuanto a la virtud que toca determinar que sea lo bueno a lo malo es la virtud de la prudencia y para determinar que es lo prudente debes SABER. En lo que respecta a la justicia, dimos varias definiciones, para llegar a la conclusión: el hombre justo debe QUERER la justicia, mediante el sacrificio, para la armonía y el progreso de la libertad.

Ahora hablaremos de la fortaleza. Resulta un poco difícil definir que significa fortaleza, porque existen muchas aceptaciones e igual número de conceptos, así que hablaremos de sus características principales, de sus manifestaciones, de su esencia, para llegar al fin a una conclusión.

La fortaleza supone vulnerabilidad; sin vulnerabilidad no se daría la posibilidad misma de la fortaleza. Si el hombre puede ser fuerte es porque es esencialmente vulnerable. La esencia de la fortaleza consiste en aceptar el riesgo de ser “herido” en el combate, por la realización del bien; entendiendo por “herida” aquí, toda agresión, contraria a la voluntad que pueda sufrir la integridad natural, toda lesión del ser que descansa en sí mismo, todo aquello que aconteciendo en y con nosotros, sucede en contra de nuestra voluntad. En resumen: todo cuanto nos resulte negativo, cuanto nos cause daño o dolor, cuanto inquieta y oprima. La fortaleza por lo tanto no es independiente ni descansa sobre sí misma. Su sentido propio le viene sólo de su referencia a algo que no es de ella, es por eso que la fortaleza es nombrada en tercer lugar en la serie de las virtudes cardinales y esta enumeración no es casual, la prudencia y la justicia preceden a la fortaleza. Significa que sin prudencia y sin justicia no se da la fortaleza: sólo aquél que es prudente y justo puede además ser valiente, por lo tanto examinemos un poco las relaciones de la prudencia y la justicia con la Fortaleza.

Meditemos en primer lugar sobre este aserto: sólo el prudente puede ser valiente. La prudencia tiene dos caras o fases: una cognoscitiva y mesurada, que mira a la realidad y otra que es resolutiva, preceptiva y mesurada, que mira al querer y al obrar. En la primera se refleja la verdad de las cosas reales y en la segunda se hace visible la norma del obrar. Lo primero que exige la prudencia del hombre que actúa es que se encuentre en posesión de un saber directivo dirigido a la acción. Este saber directivo, constituye la esencia de la prudencia. La prudencia es condición necesaria de toda virtud moral. Sin prudencia no hay justicia, fortaleza ni templanza.

La fortaleza es así fortaleza en la medida que es informada por la prudencia, de allí que la esencia de la fortaleza no es el exponerse de cualquier forma a cualquier riesgo, sino que supone una entrega de sí mismo, conforme a la razón y con ello a la verdad y al auténtico valor de lo real. La fortaleza supone valoración justa de las cosas: tanto de las que se arriesga como de las que se espera proteger o ganar.

La prudencia da forma a las demás virtudes cardinales, pero ellas no dependen de la prudencia en la misma medida. Primero: La fortaleza es informada por la prudencia de modo menos inmediato que la justicia; la justicia por su parte, es la primera palabra de la prudencia y la fortaleza, la segunda; la prudencia informa a la fortaleza mediante la justicia. La justicia descansa en la mirada de la prudencia, orientada a lo real; la fortaleza en cambio, descansa al mismo tiempo sobre la prudencia y la justicia.

De todo lo dicho podemos sacar esta conclusión. No es sólo el prudente el único que puede ser valiente; sino que una fortaleza que no se ponga al servicio de la justicia es tan irreal y tan falsa como una fortaleza que no esté informada por la prudencia.

Ser fuerte o valiente no es lo mismo que no tener miedo. La fortaleza no significa ausencia del temor. El temor y el amor se condicionan mutuamente; cuando nada se ama nada se teme, el hombre que ha perdido la voluntad de vivir, cesa de sentir miedo ante la muerte, pero este hastío ante las ganas de vivir se encuentra a gran distancia de la fortaleza. La virtud de la fortaleza reconoce y guarda el orden natural de las cosas.

El hombre valiente mantiene los ojos abiertos y es consciente de los riesgos que afronta para la consecución del fin propuesto, por eso ni ama la muerte ni desprecia la vida.

Los ingredientes más importantes de la fortaleza son la resistencia y la paciencia. Resistir por una parte a todas las llamadas tentaciones y paciencia para no dejarse arrastrar por la presencia del mal a un desordenado estado de tristeza. Ser paciente significa no dejarse arrebatar la serenidad ni la clarividencia del alma por las heridas que se reciben mientras se hace el bien. La paciencia por lo tanto preserva al hombre del peligro de que su espíritu sea quebrantado por la tristeza y pierda su grandeza, por lo tanto el que es valeroso es también paciente. Recuerda lo que dice la sagrada Biblia al respecto en el Libro Eclesiastés, sobre lo importante de ser paciente:

Hay un momento para todo y

un tiempo para cada acción bajo el cielo

Un tiempo para nacer y

un tiempo para morir,

Un tiempo para plantar y

un tiempo para arrancar lo plantado.

Un tiempo para matar y

un tiempo para curar.

Un tiempo para destruir y

un tiempo para edificar.

Un tiempo para llorar y

un tiempo para reír.

Un tiempo para lamentarse y

un tiempo para danzar.

Un tiempo para tirar piedras y

un tiempo para recogerlas.

Un tiempo para abrazar y

un tiempo para abstenerse de abrazos.

Un tiempo para buscar y

un tiempo para perder.

Un tiempo para guardas y

un tiempo para tirar.

Un tiempo para rasgar y

un tiempo para coser.

Un tiempo para callar y

un tiempo para hablar.

Un tiempo para amar y

un tiempo para odiar.

Un tiempo para la guerra y

un tiempo para la paz...

Por lo tanto no debes impacientarte por las cosas que quieres o deseas hacer, acuérdate: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada acción bajo el cielo”. La paciencia todo lo puede, todo lo alcanza

La animosidad, la confianza en sí mismo y la esperanza en la victoria (en la evolución), suponen la verdadera actitud del valiente, éstos constituyen rasgos esenciales de la fortaleza.

Fortaleza no implica que tengamos que actuar en forma peligrosa, de ahí la importancia que tiene la Prudencia. 

Cuarta Virtud Cardinal

  La Templanza

 

El sentido de la palabra Templanza ha quedado reducido hoy en día a moderación en el comer y el beber. Lejos estamos de que eso sea únicamente templanza; más bien podemos decir que la templanza es toda discreción ordenadora de la conducta del hombre. Tiene un sentido y una finalidad, que es hacer orden en el interior del hombre, es decir templanza es realizar el orden en el propio yo. Lo que distingue a la Templanza de las demás virtudes, es que tiene su verificación y opera exclusivamente sobre el sujeto actuante. La Prudencia, mira el orden en su universalidad. La Justicia establece la relación especifica con los demás y el que posee la Fortaleza, sabe olvidarse de si mismo ofreciéndose en sacrifico a costa de su propia vida si es necesario.

La Templanza requiere una ausencia absoluta de egoísmo, por cuanto ella es el habito que pone por obra y defiende la realización interior del hombre. La Templanza se opone a toda perversión del orden interior, gracias al cual subsiste y obra la persona moral. Así por ejemplo: el placer sensible que se obtiene en la manifestación de las fuerzas naturales más potentes que actúan en la conservación del hombre. Estas energías vitales que se pusieron en el ser para conservar en el individuo y en la especie aquella naturaleza según la cual fueron constituidos, como dice el Libro de la Sabiduría l,14 dan las tres formas originales del placer, pero precisamente por ser elementos constitutivos que aparecen en el núcleo mismo de la definición del hombre, sobrepasan también a todas las demás energías en capacidad destructora cuando se desordenan. Castidad, sobriedad, humildad, mansedumbre son formas mediante las cuales se manifiesta la Templanza.

A través de la Templanza se embellece el hombre. No se trata por supuesto de la belleza facial o sensitiva de una agradable presencia, sino que se trata de una belleza irradiada por el ordenamiento de lo verdadero y lo bueno. La hermosura de la Templanza tiene una cara más espiritual y más viril, porque hace ver al hombre en su propia condición, como una semejanza a Dios.

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